Un puñado de españoles al mando de Hernando de Soto, uno de los artífices de la conquista del Perú, se lanza tras los pasos de la malograda expedición Pánfilo de Narváez en busca del oro que, sin duda, hay en la Florida.
Para los primeros meses de 1538, ya lejos de las negociaciones en los salones cortesanos, se apilaban en los muelles montañas de azadas, azadones, barretas, espuertas, serones y sogas…, todo lo necesario para establecer las fundaciones que proyectaba Soto. Todo ello sin contar con ingentes pilas de armas y armaduras.
La villa de Sanlúcar vivió, na vez más, el ajetreo de la salida de una expedición. La mañana del seis de abril, la flota de seis navíos y tres bergantines salvaba la barrera del río despidiéndosse de la tierra co nel sonido de las trompetas y la descarga de las salvas de artillería.
La San Cristóbal, una nao de ochocientas toneladas, abría la marcha como cpitana. En ella se había acomodado la familia del Gobernador de Cuba, Adelantado de las tierras de Florida y Marqués de un territorio todavía por conquistar, don Hernando de Soto.
Después de una obligada escala en las Islas Canarias, la flota siguió camino hacia Cuba. En la larga singladura, Soto trató de aprender todo lo posible sobre los indios de Florida y sus costumbres. El capitán de la nave, Pedro Pérez, había efectuado varios viajes en aquella zona y trató de satisfacer su curiosidad en las largas sobremesas en la popa del navío.